Tengo que decirlo,
porque creo que tiene que ser así;
porque creo que es lo más sano para mí.
No es egoísta;
esto siempre es una medida precisa y preestablecida de ante mano,
para salvaguardar la salud mental de la víctima.
No es algo que está escrito,
ni aceptado legalmente,
y más que moralmente
es como una regla de supervivencia,
para mantenerse vivo.
Entonces tengo que decirlo,
porque creo que es así,
ese es el proceder más lógico.
Pero llorarlo
era previo y vital para decirlo,
después.
Y ahora solo me queda hablar.
Pero hablarlo es difícil.
Es lo más difícil,
aunque sea lo lógico.
Y ésta cosa lógica la corrí tres años.
Es difícil decirlo,
porque es difícil para quien se lo voy a decir.
Las madres, se supone,
se quieren preocupar sabiendo cualquier cosa;
digo, el trabajo de una madre es preocuparse de sus hijos, no al revés.
¡ Esto no es un reclamo!
Ciertas historias
no se quieren para nadie,
y ciertas historias las vive alguien, muchos;
y éstas ciertas historias no se quiere que se repitan.
Pero ciertas historias se repiten.
Ciertos horrores
se repiten.
Y por ésto,
porque es una repetición,
es difícil para quien se lo voy a decir.
El trabajo de una madre es éste,
preocuparse;
¿ Pero de verdad están dispuestas a preocuparse,
a escuchar ciertas historias
y luchar otra vez con los demonios que enterraron?
Somos algunas víctimas de éstas ciertas historias
que no podemos decir porque es difícil.
Somos algunas víctimas que tenemos miedo
de qué va a pasar.
Somos algunas víctimas que nos obligamos
a convencernos de no tener miedo.
Pero el miedo existe.
Y las pesadillas también existen.